Comentario
Cómo el Almirante descubrió 1a parte meridional de la isla Española, hasta que volvió por Oriente a la villa de la Navidad
Miércoles, a 20 de Agosto, el Almirante divisó la parte occidental de la Española, a la que dio el nombre de Cabo de San Miguel, que distaba de la punta oriental de Jamaica treinta leguas, aunque hoy, por ignorancia de los marinos, es llamado Cabo del Tiburón. En este Cabo, el sábado a 12 de Agosto, fue a los navíos un cacique que llamaba al Almirante por su nombre, y decía otras cosas; de lo que se entendió que aquella tierra era la misma que la Española.
A fin de Agosto surgió en una isleta a la que llamó Alto Velo, y por haber perdido de vista los otros dos navíos de su escuadra mandó bajar alguna gente en aquella isleta, desde la cual, por ser muy alta, se podía descubrir por todas partes a gran distancia; mas no vieron alguno de los suyos. Volviendo a embarcarse mataron ocho lobos marinos; cogieron también muchas palomas, y otras aves, porque no estando habitada aquella isleta, ni los animales acostumbrados a ver hombres, se dejaban matar a palos.
Lo mismo hicieron en los dos días siguientes, esperando los navíos que desde el viernes pasado iban perdidos, hasta que al cabo de seis días volvieron éstos, y los tres juntos fueron a la isla de la Beata, que dista doce leguas al Este de Alto Velo. Allí pasaron frente a una amena llanura, distante una milla del mar, tan poblada que parecía un solo lugar largo de una legua, en cuya llanura se veía un lago de tres leguas de oriente a occidente. Allí, teniendo la gente del país noticia de los cristianos, fueron en sus canoas a las carabelas, dando cuenta de que habían llegado algunos cristianos de los de la villa Isabela, y que todos estaban bien; de cuya noticia el Almirante se alegró mucho; y para que éstos supieran lo mismo de su salud y de los suyos, y de su regreso, cuando estaba más al oriente envió nueve hombres que atravesasen la isla y pasasen por la fortaleza de Santo Tomás y la de la Magdalena, hasta la Isabela. El, con sus tres navíos, continuando por la costa hacia el oriente, mandó las barcas para coger agua en una playa donde se veía un grande pueblo. Los indios salieron contra los españoles, armados de arcos y saetas envenenadas, y con cuerdas en las manos, haciendo señas de que con éstas atarían y prenderían a los cristianos; pero llegadas ya las barcas a tierra, los indios dejaron las armas y se ofrecieron a llevar pan, agua y todo lo que tenían; y preguntaban en su lengua por el Almirante.
Salidos de allí, siguiendo su camino, vieron en el mar un pez grande como una ballena, que. tenía en el cuello una gran concha semejante a la de una tortuga, y llevaba fuera del agua la cabeza, tan grande como un tonel; tenía la cola como de atún, muy larga, con dos alas grandes a los costados. Viendo semejante pez, y por otras señales, conoció el Almirante que el tiempo estaba de mudanza, y fue buscando algún puerto donde recogerse. A 15 de Septiembre Dios le concedió ver una isla que está en la parte meridional de la Española, y cercana a ésta, que los indios llamaban Adamaney; con gran tormenta dio fondo en el canal que hay entre ésta y la Española, cerca de una islilla que está entre las dos; donde aquella noche vio el eclipse de la luna, del cual dice que la diferencia, entre Cádiz y aquel paraje donde estaba, era de cinco horas y veintitrés minutos. Por tal motivo creo que durase tanto el mal tiempo, pues hasta el 20 del mes fue obligado a permanecer en el mismo puerto, no sin temor de los otros navíos que no habían podido entrar; pero quiso Dios salvarlos.
Luego que estuvieron reunidos, a 24 de Septiembre, navegaron hasta la parte más oriental de la Española, y de allí pasaron a una isla que está entre la Española y San Juan, llamada por los indios Amona. Desde esta isla en adelante no continuó el Almirante apuntando en su diario la navegación que hacía, ni dice cómo volvió a la Isabela, sino solamente que, habiendo ido desde la isla de Mona a San Juan, por las grandes fatigas pasadas, por su debilidad y por la escasez del alimento, le asaltó una enfermedad muy grave entre fiebre pestilencial y modorra, la cual casi de repente le privó de la vista, de los otros sentidos y del conocimiento. Por esto, la tripulación de los navíos acordó abandonar la empresa que se hacía de descubrir todas las islas de los Caribes, y volverse a la Isabela, donde llegaron a los cinco días, que fue a 29 de Septiembre. Allí quiso Dios devolver la salud al Almirante, bien que la enfermedad le duró más de cinco meses. El motivo de ésta se atribuyó a los trabajos pasados en aquel viaje y a la gran debilidad que sentía, porque había pasado alguna vez ocho días sin dormir más que tres horas; cosa que parece imposible, si él en sus escritos no diese de ello testimonio.